Recordando a esas mujeres Mayores por Pedro Lorenzo Rodríguez Reyes

Paseando estos días por los paisajes de mi pueblo, y de la mano de quien mejor la conoce, mi madre,  las calles por las que yo transitaba en mi infancia,  calles que cada día están  más desoladas, con las puertas cerradas y los balcones vacíos, sin aquellos geranios, reconstruidos a base de esquejes que se pedían las mujeres unas a otras, como el que pide un poco de sal, un diente de ajo o de pimentón para dar color a la sopa.

Antes, los vecinos, eran como la propia familia. Cruzábamos la calle, sin miedo a los coches, que apenas había, y entrábamos en nuestras casas sin pedir permiso, corriendo y gritando el nombre del amigo. Está en el comedor, o arriba, nos contestaba una voz desde la cocina del fondo de nuestras estrechas casas. Y si estaba enfermo, o recién operado, nos sentábamos sobre la cama y pasábamos horas hablando. Éramos pobres, pero disfrutábamos con poco o con nada, a base de creatividad e ilusiones.

Aquí  ahora estamos todos, ya más mayores, aquellos que recordamos con nostalgia las relaciones de la familia, la vecindad, los que vemos como el tiempo se nos pasa, y vamos cerrando capítulos de nuestro libro de la vida, y muchos de los que queremos ya no salen en los nuevos.

Los anclajes de la familia, de los vecinos, construían o daban fuertes matices a nuestra personalidad. Vivíamos juntos: el sufrimiento, las ilusiones, la vivencia de la fe, las contrariedades, la diversión y toda la bondad e integridad que había en nuestras personas mayores, nos configuraron más que cualquier libro, que cualquier viaje…

Recordamos a algunas mujeres, que por su avanzada edad, por sus limitaciones y carencias de todo tipo, no les será posible recuperar parte del tiempo entregado. A ellas, al menos la sociedad les debe un reconocimiento explícito como miembros de una generación que lo dieron todo a otros de forma gratuita y con muy escasas gratificaciones. Reconocimiento callado y solitario papel en la función social de cuidados que podría concretarse en la prestación de unos servicios adecuados a sus necesidades y prestados por profesionales que las conozcan, respeten y las traten con dignidad que estas mujeres merecen.

Nosotros que ahora, no tenemos tiempo para nada y poseemos casi todo, ahora que necesitamos más que nunca un abrazo o que nos escuchen un rato, nuestra familia, amigos y vecinos se asoman a la pantalla de nuestro móvil respondiéndonos con un emoticono.

Noticias Relacionadas

Entre montañas y tradiciones: el legado cultural de El Hornillo. La asociación Bioagaete Cultural Solidario volvió a reunir naturaleza, memoria y comunidad en una nueva edición de sus caminatas interpretativas, el pasado sábado. Bajo el título “Entre montañas y tradiciones. El legado cultural de El Hornillo”, una treintena de participantes a pie y otros tanto en transporte, emprendieron un recorrido circular que partió desde San Pedro para adentrarse en los parajes de El Sao y El Hornillo, en el municipio de Agaete. La jornada transcurrió por antiguos caminos reales, senderos que durante siglos conectaron a los vecinos de El Valle y que hoy se recuperan como recurso educativo y patrimonial. En cada tramo, el grupo descubrió la riqueza botánica y faunística del entorno, así como la profunda relación que el territorio mantiene con el agua, elemento importante en la configuración cultural de El Valle de Agaete. Las paradas interpretativas estuvieron guiadas por jóvenes especialistas de la asociación, quienes aportaron contexto histórico y ambiental. A este recorrido se sumó la intervención especial de Manuel González Medina, vecino de El Sao y propietario de uno de los últimos molinos de agua de la zona. Su testimonio permitió conocer historias que no se encuentran en los libros, cargadas de vivencias y saberes de un tiempo en que el agua era el corazón que marcaba el ritmo de la vida y del molino, que permitía llevar a las casas el preciado gofio para sustento de las familias de la comarca. Manuel permitió comprender de primera mano cómo era la gestión tradicional del agua, un conocimiento cada vez más escaso y de enorme valor etnográfico. La jornada culminó en la plaza de El Hornillo, convertida por unas horas en escenario cultural y donde la tarde se transformó en un pequeño festival de talento local. Allí, bajo el cielo abierto y con el pinar de Tamadaba como telón de fondo, resonaron las voces de Salomé Moreno, Juan Fernando Quesada Ruiz y Juan Carlos Álamo del Rosario, representantes de una nueva generación musical que reivindica su territorio a través de la creación artística. Sus canciones, jóvenes pero profundas, llenaron el entorno de una energía renovadora, como si la música tejiera un puente entre el pasado y el futuro del Hornillo. El proyecto cuenta con la financiación del Instituto del Patrimonio Mundial y la Reserva de la Biosfera de Gran Canaria, dependiente del Cabildo de Gran Canaria, entidad dedicada a la protección, promoción y puesta en valor del Paisaje Cultural de Risco Caído y las Montañas Sagradas de Gran Canaria. Con iniciativas como esta, Bioagaete Cultural Solidario continúa su apuesta por resignificar el paisaje, conectar generaciones y promover un modelo de desarrollo sostenible arraigado en la identidad insular. La actividad se enmarca en su línea de divulgación y dinamización rural, ofreciendo experiencias que permiten comprender la riqueza natural, histórica y etnográfica del territorio. Además, contribuye a mantener vivo el patrimonio de las Montañas Sagradas de Gran Canaria y a visibilizar el riesgo de despoblación que afecta a núcleos como El Hornillo, destacando el turismo sostenible como herramienta para la revitalización social y económica.

Compartir esta noticia: