¿Sabías qué, desde 1544 hasta 1742, los ataques piráticos a la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria eran una “perreta” casi constantes de estos “tuertos, pata de palo” y terribles “barbudos marinos” llamado piratas, corsarios o bucaneros?
Por esa razón se hizo necesario fortificar la Ciudad con castillos como éste, el de La Luz y otros tantos a lo largo y ancho de todo el litoral costero capitalino.
Este de La Luz es el más antiguo; fue construido en 1478 por Juan Rejón, sobre el mismo marisco y aprovechando los cimientos de otra fortificación más antigua ya derruida.
Los planos fueron del Ingeniero Torriani, que con un “ojo de lince”, se dio cuenta que, si lo rodaba un poco más hacia el norte de la Punta del Palo, sus baterías artilleras tendrían mejor ángulo de tiro sobre la Bahia de Las Isletas.
Además, poseía la ventaja que, con la marea alta, quedaba éste rodeado de agua por todas partes y en ese estado no había “bicho viviente”, que pudiera entrar para atacarlo.
Aunque a lo largo de su historia ha sufrido muchas modificaciones, conserva su planta rectangular, reforzada por cubos angulares dotados de garitas y puestos de vigía.
En su interior existe un aljibe y varias estancias repartidas en distintos niveles.
Hoy alberga la Sede de la Fundación de Arte y Pensamiento Martin Chirino.
Por cierto, esa horrible caja de hierro que luce en su parte alta es un homenaje intencionado al mal gusto, en contra de la Historia y del sentido más común de los mortales; lo mismo que la antiestética valla de planchas de hierro oxidadas qué, circundan el espacio ajardinado allí existente, impidiendo que se pueda apreciar el Castillo desde la calle.
Este “invento” (por llamarlo de alguna forma), es el resultado de otra nefasta idea de uno de esos llamados “arquitectos progres”, de los que se empeñan en figurar en las revistas de la especialidad, sin atender a las otras razones más qué, las que les dicta su absurda vanidad de plumilla de tinta barata.
Pero como a mi edad, todo hay que decirlo, la estúpida idea no hubiese sido posible, sin la connivencia necesaria del politiquillo de turno, cuyo nombre no quiero recordar, pero si les digo que, era de esos que por desgracia abundan por todos “los prados”, donde se alimentan y cometió la estupidez de dar el visto bueno a dicho atropello visual, hace tan solo unos años.
Yo que soy viejo lobo de mar y por lo tanto, no me trago las cosas así por así sin anestesia me pregunté entonces y me lo sigo preguntando hoy en día… ¿De cuanto sería la comisión a como llaman ahora “la mordida”, que se llevaría, por el encargo de las susodichas “planchitas metálicas”? Que, por cierto, fueron importadas directamente desde Bilbao y transportadas en un buque de Naviera Pinillos, El Segre, donde yo ejercía como Primer Oficial de Puente.
Pero lo más simpático fue qué, unos meses después me nombró la compañía delegado Comercial en Las Palmas de Gran Canaria y me tocó a mi “intentar”, porque no pasé del intento, el cobrar el flete correspondiente, cosa que no logré, pues terminé aburriéndome de enviar al cobrador al Ayuntamiento día sí y día no.
Con la posterior condonación de la deuda “por aburrimiento”, me convertí en cómplice involuntario y cabreado de aquel atentado a la Historia y al buen gusto.
Y es qué, querido amigo lector…” La penca de tuno que está para uno, no hay baifo que se la coma”. Y te puedo asegurar qué, aquella “penca de tuno”, me la tenía el destino, guardada y bien guardad, para mi solito.
¡Qué cosas!