—Abuela, ¿puedes contarme de nuevo la historia?

—¿No prefieres que me invente una, o que te lea un cuento?

—¿Porfa?

—De acuerdo, pero como te la sabes, no me interrumpas. ¡Acurrúcate bien, trasto!

Llevaban años intentando tener hijos, pero no lo lograban. El médico había dicho que la munición de él no mataba a nadie. Con toda seguridad, fue porque de pequeño las paperas lo dejaron estéril. Así que, resignados, acudieron al Orfanato Minero de Asturias, donde trabajaba su hermana, la monja. Ella habló con su Superiora, y arreglaron los papeles para que pudieran adoptar a una niña. Eran otros tiempos. Por eso, o quizás porque eran de la familia, les permitieron pasar la mañana viendo a los niños hacer vida en el orfanato.

Su intención era poder quedarse un bebé, para así criarlo como propio sin tener que darle explicaciones. Era lo que habían decidido antes de acudir a la institución. Sin embargo, Ofelia tuvo necesidad de ir al baño, y cuando entró, vio a una niña de unos siete años llorando. La consoló. Cuando se serenó, le preguntó qué le pasaba, y la niña le dijo que hacía tres años que la habían dejado allí y que nadie quería adoptarla.

De vuelta con la Directora y con su marido, le preguntó:

—¿Todos los niños que hay son huérfanos del Carbón?

—Todos menos una. Es una historia triste. La niña tiene poco más de siete años. Era la hija de una antigua trabajadora del centro que se enamoró de un viajante francés. Un día, llegó al trabajo con su hija, me la entregó, y me dijo que hiciera con ella lo que quisiera, que ella se marchaba con su nuevo marido a Francia.

» No es mala niña, intenta ayudar con los más pequeños, pero tiene siempre la cara triste. Como ya tiene cierta edad, los matrimonios no quieren adoptarla porque no saben cómo les va a salir.

Nada más oír esto, su marido sabía que ya no había nada que hacer. Ofelia le miró, y le dijo: «¡Quiero que adoptemos a Valentina!»

El marido cerró los ojos, la directora no fue capaz de preguntarle cómo sabía el nombre de la niña, y su hermana, la monja, conociendo la determinación de la que hacía gala en sus decisiones Ofelia, fue a buscar a Valentina.

—Y es por eso, abuela Ofelia, que, desde ese día, mi mamá vivió con ustedes.

—Pero ¿no habíamos quedado en que no me interrumpirías, trasto?

—Lo sé, ¡pero es que estoy tan contenta de que seas mi abuelita!