Mentiras

Se marcha, subiendo por la destartalada escalera del bareto de la Atalaya de Santa Brígida. Aquél al que me arrastró algún que otro viernes con el fin de pasar un rato agradable, y desestresarnos de las tardes maratonianas de estudio en El Obelisco.

Él fue mi mejor amigo en los primeros años de carrera. Venía, como yo, de muchas vueltas. Era tan raro, que en los exámenes contestaba sólo las preguntas mínimas para sacar un cinco, luego entregaba el examen y se marchaba a esperarme fuera. Aunque nos seguimos llevando bien, cuando comenzó su noviazgo con una de nuestras compañeras, ya nada fue lo mismo.

Hoy, apenas dos años después de que terminara sus estudios, me llamó para vernos. Insistió tanto, que no pude decir que no. La conversación fue insulsa, contándonos batallas, sin entrar en nada trascendente. Hasta que me preguntó sobre cómo me había preparado las oposiciones, porque quería presentarse a las próximas. Le expliqué cómo eran, en qué debía centrarse y le deseé suerte. Todo, mientras pensaba que al final me había llamado sólo por interés. Pero cuando estaba a punto de despedirme, me dijo:

—Sé que nos hemos distanciado, no es como en los dos primeros años de carrera, pero siempre te he considerado una buena amiga. Por eso quiero contarte una confidencia —. No sé qué cara puse, pero a él no le importó, y, sin esperar respuesta, continuó.

—Recuerdas que iba en moto a la Facultad, y que les contaba a todos que no tenía carné para conducirla. Incluso, tú me insistías en que arriesgaba mucho, ya no porque me multaran, sino por el riesgo de tener un accidente. Ésa fue la primera de mis mentiras: sí tenía carné. La segunda es que, en realidad, no abandoné Telecomunicaciones, saqué la carrera año a año, siendo uno de los mejores de mi promoción. ¡No pongas cara rara, mujer! Que ésos no son mis secretos más importantes. Lo de la Guardia Real era verdad. Fui miembro de ese honorable Cuerpo durante cuatro años, la mentira es que no lo abandoné, sino que accedí al Cuerpo Nacional de Policía, y el segundo año en la academia, me expulsaron.

—Rafa, te agradezco que me lo cuentes, aunque hubiera tenido más sentido cuando éramos compañeros.

—No he terminado. En realidad, nunca me expulsaron, es lo que hacen para poder infiltrarte. Mi primera misión fue hacerme pasar por estudiante en la Facultad de Magisterio. Mi objetivo, buscar, y detener al responsable del tráfico de pastillas en la Facultad.

—¿Lo lograste?

—Sí, era mi novia. —me dijo antes de irse.