¡Nadie se lo esperaba!

Poco después de acceder a la estrecha carretera que le llevaba a su casa, notó unas luces que coloreaban la oscura noche. Sin pensarlo, se paró en uno de los pocos huecos que había para cuando coincidían coches en ambos sentidos. Apenas lo hizo, apareció una ambulancia nuevecita, escoltada por dos vehículos de la Guardia Civil.

Le hizo señas a estos últimos para que parasen, pero no le hicieron caso. En ese momento, su ansiedad quería salírsele del pecho, sólo había dos viviendas ocupadas al final de la carretera. En su mente, corrían sus miedos, intentando imaginar qué le podría haber pasado a su familia. Corrió casi tan rápido como su corazón, hasta que aparcó junto a su casa. Todo estaba a oscuras, y, sin cerrar el coche, se apuró a entrar en la vivienda. Desesperado, llamó a su esposa, pero nadie contestaba, su hijo tampoco. No se lo podía creer. ¿Qué les habría pasado?

Salió corriendo hacia la casa del vecino, que estaba apenas a cincuenta metros, detrás de una curva cerrada. A trompicones, casi sin respiración, y sudando como si hubiera corrido junto a Filípides, llegó a la antigua casa de sus abuelos. Allí, en la era que precedía a la bicentenaria casa, estaba su mujer con su hijo en brazos y la mirada perdida. Sin decirles nada, los abrazó, como si hubiera cien años que no los veía. Su esposa, entonces, entendió que había temido por ellos y le dijo:

—Tranquilo, estamos bien. No nos ha pasado nada.

—Vi la ambulancia y a los picoletos y me asusté.

—Te entiendo. Vine a dar un paseo, porque a Gael le apetecía ver las palomas de los vecinos para que, si lo dejaban, pudiera acariciarlas. Pero, cuando llegué, desde aquí se oía cómo él estaba fuera de sí, y me pareció que le estaba pegando a su pareja. Me escondí tras el nísperero, y llamé al 1-1-2. Cuando llegaron los guardias, la pelea continuaba, les conté lo que había oído y me pidieron que no me marchase.

—Si vino la ambulancia, es que le hizo daño, ¿verdad?

—No lo sé. La ambulancia vino porque, al ver a los guardias, la mujer les dijo que miraran en el andamio que estaba sobre la habitación de la casa. Entonces, el marido cogió un cuchillo e intentó agredir a uno de los guardias, y le metieron un tiro para defenderse.

—¿Y qué había en el andamio? —le preguntó, al tiempo que se daba cuenta de que había una pareja de guardias civiles custodiando la entrada de la vivienda.

—Al parecer, está lleno de huesos, están esperando que lleguen el juez y la Científica. La pareja dice que profanaba tumbas y nichos por toda la isla, para luego venderlos.