—¿Me escucha? ¿Me oye?

—Sí, sí, perdone.

—¿Está bien?

—Sí, no se preocupe, estaba absorto en mis pensamientos. Continuemos.

—Perfecto. Ya hemos revisado todos los parámetros, todo está en orden para el viaje. Sólo tiene que elegir la fecha exacta a la que quiere ir.

Lo había logrado, recién cumplidos los setenta, era el primer turista que viajaba en el tiempo, con el coste que eso suponía. La empresa Denboran Bidaiatu, de la que era accionista, le había cedido ese privilegio.

Pasaría veinticuatro horas conviviendo donde y con quién quisiera. Ahora, solo tenía que elegir una de las tres fechas que ya había preseleccionado: acompañar a Jesús y a los doce apóstoles en la última cena, y vivir, de primera mano, todo lo que ocurrió el Viernes de Dolor. Estar junto a sus padres y familiares el día de su propio bautizo, y comprobar, así, que el primer recuerdo de su infancia se corresponde con ese día; o bien, acompañar a su hijo el primer día de colegio con tres años. Ese día que se perdió, como tantos otros, por trabajo. Se lo piensa un instante, y una vez meditado, marca la opción elegida. Y al más puro estilo «Cabo Cañaveral», se oye: «Cinco, cuatro, tres, dos, uno. ¡Gute Reise!»

Despierta sobresaltado en cuanto escucha estas últimas palabras. Se levanta rápido, aún aturdido, se asea, se viste y desayuna. Antes de salir, le pide a su esposa que le espere, que los acompañará al colegio.

Lo tiene claro, irá al trabajo a presentar su dimisión. Su decisión es firme, no quiere pasarse la vida trabajando, esforzándose y ahorrando para volver al pasado, cuando puede vivir el presente.