RESPUESTAS

—¿Qué piensas? Tienes mala cara.

—¿Sabes? Estaba contento: después de casi un año, recibí una carta.

—¡Qué bueno! Lo normal aquí, es que se tarde mucho más en tener correspondencia.

—Sí, en ese sentido, sí. Pero me ha dejado mal cuerpo.

—¿Por qué?

—Me ha escrito mi hijo mayor. Y, aunque no lo dice con palabras, se nota que está jodido.

—¿En qué sentido?

—Me cuenta que recuerda cuando era pequeño y me ponía con él a ver Tom y Jerry, El Gallo Claudio, o El Pájaro Loco, incluso, a veces, cree despertarse oyendo mi risa al verlos. Ahora lamenta no haberme dedicado más tiempo, o prestarme ayuda cuando lo necesité. Desea que me encuentre bien y me dice que me echa mucho de menos. Respecto a su vida, las cosas parece que no le van mal del todo, y me pide que rece por él.

—Supongo que dirá algo más, pero por lo que cuentas, no entiendo por qué crees que está mal.

—Yo intenté ser un buen padre, aunque él se sintió alguna vez decepcionado. Lo hice lo mejor que pude, pero fui esclavo de mis decisiones, y eso lo sufrió toda la familia. Tampoco es que él lo pusiera fácil, tenía un carácter particular, pero no era mal muchacho, y al final se convirtió en un hombre de provecho. Sin embargo, no me cuadra, mi hijo nunca fue creyente. Jamás le oí hablar de Dios, ni, mucho menos, pedirle algo. Ya ni te cuento lo que él pensaba de las promesas que yo hacía a todos los santos para que me ayudaran. Así que, si me pide que rece por él, algo debe pasarle.

—Quizás ha cambiado. Ha encontrado a Dios y por eso te lo pide, no debes darle más vueltas. Aunque si quieres, no está de más que reces por él, que tú sí eres creyente. Tampoco es que puedas hacer otra cosa, que ya sabes que, aquí, las normas son las que son.

—Sí, rezaré. Pero no me dirás que, en cierta forma, es como una condena que, desde aquí, El Cielo, nosotros no podamos ver directamente cómo están ellos, contestarles, ni, mucho menos, prestarles la ayuda que necesiten para que sepan a ciencia cierta que sí hay una vida después de la muerte.