Alfredo era el único cliente en la barra del bar. Esa tarde desangelada no había nadie más. Era la primera vez que iba. El tiempo parecía que se había parado en esa barra de granito y madera el mismo día que su propietario abrió el negocio.
Como quien enciende la luz, el aire fresco inundó el Bar de Carmelo. Entró un hombre unos quince años menor que Alfredo. De buen ver y mejor vestir. Parecía creer que llegaba tarde, sin embargo, su expresión se alivió al comprobar que aún no había llegado su cita.
El cliente solitario lo saludó y, sin esperar a que le contestara, le dijo a Carmelo que le pusiera un leche-y-leche al nuevo cliente. Mientras, éste le miró y le preguntó:
—¿Le conozco?
—No recuerdo habernos visto nunca —respondió Alfredo.
—Entonces, ¿por qué me invita?
—Digamos que así pago por su compañía. Llevo un rato solo, y el camarero ya no tiene temas de conversación.
—Espero que no se moleste, pero he quedado, y no me apetece tomar café ahora.
—Ya está pedido, al menos, siéntese a mi lado, quizás, el olor del café de Agaete le anime a beberlo.
De todas formas, se tenía que sentar, lo mismo daba un sitio que otro. Así que se sentó frente a su café caliente. Y, en efecto, el olor le sedujo y, como esperaba Alfredo, comenzó a tomarlo.
—Es la primera vez que vengo —comenzó a hablarle Alfredo—. No parece mal sitio. Lo que ocurre es que, normalmente, salgo muy temprano a trabajar, y no llego a casa hasta después de las siete de la tarde. Sin embargo, hoy pedí permiso a mi supervisor a cambio de alguna de las horas extra que me debe, para salir antes y despejarme. Y me vine a pasear a la avenida de San Felipe. Creo que, desde que nació mi hijo, hace poco más de veinte años, no venía. Estaba irreconocible, eso sí, a saber lo que va a durar la avenida si el mar se embrisca, como es su costumbre.
»La sal me acariciaba la calva y la barba blanca. El olor a mar me recordaba que una vez fui joven y de buen ver. Que salía de verbena y bailaba sin parar, solo o acompañado, hasta que el cuerpo aguantaba, que solía ser bastante. Sin embargo, conocí a mi mujer, y desde que la vi, supe que no debía seguir buscando. Lo nuestro fue amor a primera vista, como en las telenovelas de la época. No tardamos mucho en tomar la decisión, nos casamos por todo lo alto, y no porque lo hiciéramos en Tejeda, y comenzamos una vida llena de proyectos. Proyectos, muchos de ellos, parados desde entonces porque dejé los estudios y empecé a trabajar. Y ya sabes, con un solo sueldo, y no de los más altos, es más difícil seguir adelante.
¡No me pongas mala cara, hombre! Parafraseando a Chéjov, te sorprendería conocer las derrotas de las que he salido vivo. Y de ésta, también lo haré. En cuanto me cobre Carmelo, me marcho. Que no quedaría bien que mi mujer me viera tomando un café con su amante.