Conocí a Lucía Rosa González, hace veinte años en la isla de La Palma. Creo que fue el día en que Luis presentaba a la escritora palmera Ana Samblás, tristemente fallecida en el 2003. De lo que si me acuerdo bien es de los primeros encuentros en casa de Lucia y Miguel Ángel en Todoque, del olor a tomillo y a laurel, a flores, a campo. Recuerdo aquellos atardeceres alrededor de aperitivos con aceitunas, almendras, el bizcochón. Más tarde llegaron los asaderos. Y aún hoy evoco nuestras conversaciones literarias, eróticas y poéticas.
Han pasado los años y la obra de Lucía Rosa González, poeta, narradora de relatos y dramaturga se engrandece con Diario del volcán. Una obra que refleja un tiempo aterrador para la población palmera. Escrita en primera persona, con una prosa lírica, original, melancólica e íntima. Explora la poeta el sentimiento y el sufrimiento, el dolor personal y el de tantas y tantas personas. Bucea en la experiencia de la pérdida en la incompatibilidad de capturar esa utopía que se le promete a los humanos, pero que la realidad se encarga de malograr. Entonces la poeta se refugia en la literatura e intenta gestionar esa verdad tan penosa, con una estremecedora elocuencia, en el que, a veces, se hace visible el potente grito:
…¡Que no lo veíamos! ¡Lo juro! En la azotea, a oscuras, y como si no existiera. Cerrábamos los ojos para abrirlos de refilón; y cero volcán. ¿Y eso? ¿Bate el récord de terremotos y súbitamente calla? Ahorra la energía para ralentizarse y durarse, se le ve el plumero, es una trampa. Nos desconcertamos ante este parón de un modo masoquista, como si quisiéramos acrecentar la tortura…
Pero hoy quiero presentarles, Vibración de los nombres, el último poemario de Lucía Rosa, un libro escrito con ese dominio de los tiempos, con esa voluntad indagadora en lo telúrico, enraizada a la tierra, a la lluvia, al viento, a las tuneras, a las retamas heridas.
… Duele que se desangren estas ramas/ Mira la parra madre, / ¿podrías enderezarla?, su raíz sobresale como un puente/ bajo el techo del túnel.
Es una poesía de la experiencia, de emociones, de los recuerdos de su madre, del paisaje.
Mi madre ha regresado con la lluvia. / ¿La rociarán de esperma/las nubes agredidas/para verla nacer como otra madre/ de nuevo entre las dalias?/…
En Vibración de los nombres vemos una poesía de indagación, de preguntas con imágenes literarias, en los sonidos de la naturaleza, los frutos, la melancolía, en la búsqueda de la verdad, del gran acontecimiento que vivimos día a día, en la que los seres humanos, casi perdidos, buscamos la luz, la memoria, los latidos que nos muestra la inmortalidad de lo efímero, la permanencia del presente, la duración del pasado.
Y en esa indagación, búsqueda y planteamiento vital con la palabra exacta, se cobijan el ritmo y la musicalidad de poemas como: La música invisible. El concierto de góspel, La cripta de la novia. Nos conmueve en La palabra que parpadea en La tormenta que nos une, La mirada de la plaza o en las fisuras del Espejismo. Nos conmueve porque sabe desentrañar la naturaleza misma del lenguaje, los recovecos de la voz que clama por debajo del sonido.
En Vibración de los nombres nos encontramos con una poesía que es a la vez aluvión y remanso, vuelo y camino hacia las profundidades de la palabra que se hace murmullo o silencio.
El sol es un murmullo en los naranjos/ Descorren el telón sobre la huerta/ Y una mujer que danza se desnuda; / por el roce punzante de la niebla/ siente que las estrellas no vendrán/ No aplaudan todavía/ Lo que florece en torno a los naranjos no es azahar: un hongo venenoso/ que se cuela en la tierra/ en la piel de la huerta/. Se ha rasgado tu capa entre las ramas, / ¿y ahora cómo vas a guarecerte/ de la sed del levante que te sopla o la niebla, sin alma, engullidora? …
La lectura de Vibración de los nombres, es una lectura que ejerce de invitación a la conciencia, ya que todas las palabras son tan vivas y elegidas, que el lector se deja llevar por el ritmo trascendental y pausado que le entrega sus sentidos, quizás, porque supone una epifanía, supone el encuentro definitivo con la poesía, con el lenguaje.
Gracias, Lucía Rosa González. Impecable. Felicidades.
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