A lo largo de la historia poesía y música han sido dos artes que han concurrido inevitablemente. De hecho, en un principio la poesía se cantaba. Y si se le dio el nombre de lírica fue porque al recitar los poemas se acompañaba con un instrumento musical llamado lira. El poeta senegalés, Léopold Senghor escribió: La poesía llega a su completa expresión cuando se convierte en canto: en palabra y en música simultáneamente.
Y eso es lo que hace Elena Herrera, compone la música de sus canciones, canta y escribe poemas para antologías, participa con su guitarra en eventos culturales en las que evoca su mundo sentimental, onírico y poético, el recuerdo de aquellas maravillosas, insólitas y emocionantes canciones que descubrió en su adolescencia, las cosas que importaban en aquel momento en el mundo musical, como fueron los Beatles, Bob Dylan, Joan Baez… que tanta influencia tuvo en ella. Tanta que me confesó:
Me matriculé en cursos de inglés para entender las letras.
A Elena le atraía la idea de escribir un libro de poemas. Recrearse en el sonido de las palabras lo consideraba una asignatura pendiente, una ilusión, una idea. Una idea que le dio valor para seguir adelante. Quizás esperaba una verdad nueva, otra forma de penetrar en el mundo… Lo cierto es que, a menudo, le abrumaba, pero como mujer que controla su destino, corre a su encuentro y, hoy presentamos Niña Isla. Un libro de poemas de la experiencia que se mueve entre el paisaje y la memoria. Un libro con el poder mágico de susurrar secretos, acariciar al viento, la piel, el duelo de la luz.
Un poemario en el que surge la isla, la esencia misma de su ser. Versos que nos conquista con la belleza de la palabra, con un corazón femenino poblado de pasión y sentimiento. Por otra parte, yo diría que lo curioso de esta autora es su talento para conseguir ese difícil ejercicio de la sencillez, como podemos ver a lo largo del poemario y especialmente en los dos poemas titulados: Irene e Isla.
Poemas dedicados a la profunda y compleja conexión emocional que tenemos con nuestra madre. Tengo que afirmar que al leerlos sentí nostalgia, gratitud de esas voces queridas que nos hablan en nuestros sueños. Del olor impregnado en las rosas que cultivaba en su jardín, la matrona, como la llama la poeta en el poema Isla.
–En medio de la laurisilva, /el caudal de aguas cristalinas / que lleva el riachuelo, se filtra / en lo más profundo del monte. / La belleza brota en el Cedro, / el esplendor y el misterio. / Donde tus ancestros reposan / tras sus batallas. / Descansa en paz guerrera. / La isla te abraza.
Elena convierte Niña Isla en su refugio, en un lugar en donde canta al paisaje, a la luz y a la llovizna. A las estaciones, a la calle ancha del mar, a los caminos. Una poesía que es un canto a la vida, al amor y al gozo sensual, dándole a cada sílaba un toque de ternura. Canta también con ímpetu a la libertad de decidir por ella misma.
–Soy mujer. Aprendí con el tiempo / a decidir por mí misma. / El aroma de mi piel embriaga el universo de los sentidos / liberando mi imaginación. / Exploro lo que me gusta. / Siento un íntimo placer / de puro amor. / ¡Me amo tanto!
Termino estas palabras con la voz siempre intensa y reflexiva del prologuista de Niña Isla, Alberto Omar Walls:
–La isla emerge desde la profundidad del alma sensible de la poeta, con todas las cualidades de ser mujer: el amor sensual, la ternura, el posicionamiento de lo femenino en el tiempo que le ha tocado vivir, y, por supuesto, la autoestima.
Felicidades, Helena. Deseo que el poemario Niña Isla tenga un largo recorrido, te lo mereces.
Rosario Valcárcel, poeta y narradora.
10- 10-2024
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