Hoy escribo con las manos temblorosas y el alma en llamas. Porque hay heridas que no caben en los titulares, hay lágrimas que ningún idioma puede traducir. Gaza, en este instante, es un poema roto, una estrofa de niños convertidos en estrellas antes de tiempo, de madres que entierran versos enteros de su futuro bajo los escombros.
¿Cómo explicar lo inexplicable? ¿Cómo narrar el sonido de un llanto que se apaga bajo las bombas? Ustedes lo saben, hermanas y hermanos de Palestina, porque lo viven. Porque sus noches son un réquiem de drones y sus amaneceres, un mapa de ausencias. Nosotras solo alcanzamos a imaginar su dolor, pero ustedes lo llevan tatuado en la piel, en el alma, en ese hueco en el pecho donde antes latía un ser amado.
A ustedes, que resisten:
Sus cuerpos cansados son el territorio más sagrado. Sus brazos, que acunan a los muertos y construyen refugios con las ruinas, son la prueba de que el amor es más fuerte que el hierro de los tanques. Cuando el mundo los abandonó, ustedes se convirtieron en el mundo: en el pan compartido, en la mano que sostiene al herido, en la voz que canta entre las sombras. No están solas. Nosotras llevamos su nombre en la garganta como un grito.
A los dirigentes del mundo:
Sus discursos huecos huelen a pólvora y complicidad. Mientras firman resoluciones con una mano, con la otra entregan las armas que destrozan cunas. ¿Qué clase de humanidad gobierna tras sus escritorios blindados, mientras los hospitales se convierten en tumbas? La historia no los recordará por sus declaraciones, sino por su silencio cómplice. Por cada niño palestino que pudo haber sido salvado y no lo fue. Por cada «esto es muy complejo» que en realidad significa «no es mi problema».
La tierra de Palestina grita. Y su grito no es un sonido, sino un terremoto silencioso que resquebraja la conciencia del planeta. ¿Cuánto más tendrá que sangrar Gaza para que despierten? ¿Cuántas fotos de pequeños cuerpos envueltos en sudarios blancos necesitan ver para que el horror les nuble la vista?
Hoy, nosotras no ofrecemos condolencias. Ofrecemos memoria. Prometemos que sus nombres no serán números. Que su resistencia será contada. Que cada semilla plantada entre las ruinas florecerá en nuestra voz.
A las mujeres de Palestina:
Ustedes, que paren vida en medio de la muerte, que convierten los escombros en hogar, son las poetas que reescriben la esperanza. Su fuerza es un río que ningún muro podrá detener.
El mundo les falló. Pero nosotras, al menos, no callaremos.
Con el corazón en la yema de los dedos.
Gema Diaz.
Directora de la Revista Digital masnosotras.com