El Silencio que Grita: Cuando la Dignidad no encuentra Aplausos

Ayer, en la Comisión de Investigación sobre la gestión de la DANA, sucedió algo que debía trascender la política para tocar la fibra más simple y humana de quienes habitamos esta isla. En medio de las cifras, los informes y las cruzadas de acusaciones, una voz se alzó desde el lugar más doloroso posible: el de un familiar de una víctima. Una persona cuyo mundo se partió en dos con la gota fría, pidió un simple, profundo y simbólico gesto: un aplauso. Un aplauso para honrar a quienes ya no están, para reconocer su memoria y el dolor insondable de quienes los echaban de menos.

Y en ese instante, el corazón de la sala se dividió.

Mientras la mayoría de los presentes, entendiendo la magnitud del momento, unían sus manos en un reconocimiento colectivo al dolor, los escaños del Partido Popular y VOX permanecieron en un silencio sepulcral. Sus manos, inmóviles sobre los escaños, no se unieron a ese clamor. Fue un silencio ensordecedor, un vacío que dijo más que mil discursos.

No se les pedía que firmaran una moción de censura, que admitieran una responsabilidad o que traicionaran su línea política. Se les pedía, simplemente, ser humanos. Se les pedía que, por un instante, dejaran a un lado la trinchera partidista y se situaran en el duelo compartido de un pueblo. Y no lo hicieron.

Ese gesto de omisión, esa negativa a unirse a un aplauso por las víctimas, no es solo una falta de tacto político; es una herida abierta a los valores fundamentales de la dignidad y el respeto. La dignidad de las víctimas, a las que se les negó un homenaje unánime. El respeto a sus familias, que vieron cómo su pedido de reconocimiento chocaba contra el muro frío de la estrategia.

¿En qué lugar del manual de la política cabe escatimar un gesto de piedad? ¿Qué cálculo electoral puede pesar más que el dolor de una madre, un hijo o un hermano? La respuesta es simple: en ninguno. No hay bandera, sigla o ideología que justifique arrebatar un minuto de consuelo a quien ha perdido todo.

La política, en su esencia más noble, debe ser un servicio. Servicio a las personas, a la comunidad, a la vida. Cuando un acto tan básico de humanidad compartida es denegado, la política deja de servir para empezar a someter. Somete el dolor a la conveniencia, la memoria al interés, y la empatía al sectarismo.

Hoy, más que nunca, debemos reflexionar. Como sociedad, debemos preguntarnos qué clase de representantes queremos: ¿aquellos que solo aplauden cuando les beneficia, o aquellos que son capaces de reconocer el dolor ajeno, sin condiciones?

El aplauso que no se dio ayer en esa comisión resonará durante mucho tiempo. Es el eco de un vacío que nos recuerda que, por encima de colores y siglas, está el alma de un pueblo que sabe llorar, honrar y, sobre todo, mantenerse unido frente a la adversidad. A esas familias, les decimos: su dolor no está solo. Nuestro respeto y nuestra memoria sí les aplauden. Siempre.

Que el ruido sordo de ese silencio nos sirva para reafirmar que la dignidad humana debe ser siempre, y sin excepción, la línea roja que nunca se debe cruzar.

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