La familia es, sin duda, el pilar más importante para quien decide dar el paso de involucrarse en política. Y esto cobra aún más sentido cuando hablamos de política local, de nuestros pueblos, donde todos nos conocemos y cada gesto, cada decisión y cada acierto, o error , se vive de manera muy cercana. La familia es quien sostiene, quien acompaña en silencio y quien recibe, sin buscarlo, parte del peso que uno carga cuando trata de trabajar por el bien común.
Porque, aunque pongas todo tu empeño, aunque dediques horas interminables, aunque cumplas objetivos y alcances metas que beneficien al conjunto de vecinos, siempre habrá quien, por intereses ajenos al bien general, no esté de acuerdo. Y ese desacuerdo, cuando viene cargado de mala intención, de prejuicios o incluso de ataques personales, no solo duele a quien lo recibe, también hace sufrir a los que te rodean, a quienes te ven desvivirte, perder el sueño y hasta la salud por una responsabilidad que asumiste con vocación de servicio.
En estos tiempos, además, las redes sociales han abierto un nuevo frente. A través de perfiles falsos o desde la comodidad del anonimato, algunos se permiten juzgar, deformar o atacar sin conocer el esfuerzo real que hay detrás de cada decisión. Y ese ruido, esa crudeza, llega también a la familia, que asiste impotente a una parte de la política que jamás debería normalizarse.
A lo largo de mi trayectoria he vivido momentos muy duros. He visto cómo se pierden amistades que creí profundas. He sentido cómo, en nombre de la defensa política de unos, se atacaba injustamente a otros, olvidando incluso años de relación y de confianza. Es doloroso comprobar lo sencillo que resulta para algunos romper lazos que costaron tanto construir.
Pero con el tiempo también he aprendido algo esencial, los amigos que se pierden tan fácilmente probablemente no eran amigos de verdad. La vida, y la política, especialmente, te enseña a distinguir lo auténtico de lo superficial. Al final, lo que permanece es lo verdadero: la familia que no falla, los compañeros que caminan contigo sin condiciones, las personas que valoran tu entrega aunque no compartan todas tus decisiones.
Y pese al coste personal, pese a las noches en vela y a los momentos tristes, sigo convencido de que merece la pena. Porque trabajar por la comunidad, mejorar la vida de los vecinos y empujar hacia un municipio más justo y amable es una tarea noble. Aunque duela, aunque a veces falten las fuerzas, siempre queda la satisfacción íntima de saber que uno ha hecho lo correcto.
Por eso, ante las críticas injustas, ante los ataques y la incomprensión, no queda otra que seguir mirando al frente. Con tristeza a veces, sí, pero también con la serenidad que da la madurez y con la certeza de que lo verdadero siempre prevalece.
Juan Jiménez Suárez
Concejal de Vías, Obras e Infraestructuras del
Ayuntamiento de Santa María de Guía


