Nacer políticamente del movimiento vecinal

Han pasado más de cuarenta años desde que el movimiento vecinal fue un pilar en la vida de nuestros barrios. En los años setenta y ochenta, mientras las ciudades crecían a toda velocidad, muchos barrios quedaban olvidados. Y fue ahí, en esos rincones donde hacía falta casi todo, donde surgieron las asociaciones de vecinos.
Gente sencilla, mujeres y hombres con ganas de mejorar su entorno, que se organizaban para conseguir agua, luz, un parque o un local donde reunirse. No esperaban a que viniera nadie de fuera a solucionarlo, se arremangaban y lo hacían juntos.

Yo fui una de esas personas. Antes de cumplir la mayoría de edad ya estaba metido en reuniones, asambleas, rifas, fiestas populares… lo que hiciera falta. Con el tiempo presidí asociaciones vecinales, deportivas y festivas, y más tarde di el salto a la política. Lo hice con el mismo espíritu, servir a mi comunidad, trabajar por mi municipio desde otro lugar.

En aquellos años, no había colores ni intereses partidistas. A nadie le importaba quién gobernaba, porque el único objetivo era el bienestar de la vecindad. Esa unión nos permitió levantar locales sociales, organizar fiestas, actividades, encuentros… pero, sobre todo, crear comunidad.

Con el paso del tiempo, sin embargo, la política empezó a colarse en el movimiento vecinal. Muchos dimos  el paso a la vida política,  y eso está bien, si se hace desde la vocación de servicio, pero también hubo quien se olvidó de dónde venía. Algunos se aferraron a los colectivos que los habían impulsado, los dividieron y los convirtieron en instrumentos al servicio de intereses personales.

Y eso, sinceramente, duele. Porque no hay nada más dañino para un colectivo que ver cómo alguien intenta controlarlo desde la política, usando su cargo o su autoridad para manipularlo a través de otros. Es aún más grave cuando se aprovecha una posición pública para presidir o influir desde dentro, desplazando a quienes solo buscan participar.

Hay una gran diferencia entre ‘nacer políticamente’ del movimiento vecinal, porque tu compromiso viene del barrio, del trabajo en comunidad, y otra cosa muy distinta es aprovecharse de un cargo público para meterse en el movimiento y controlarlo. En el primer caso se construye. En el segundo, se destruye. Y cuando eso pasa, se pierde la confianza, se apaga la ilusión y la gente deja de implicarse.

Por eso hoy toca parar y reflexionar.

Si no fomentamos la participación, el futuro se vuelve incierto. Si se apaga la voz de los vecinos, otros llenarán ese vacío, muchas veces con intereses muy alejados del bien común. No podemos permitirlo. El movimiento vecinal no puede seguir decayendo. 

Necesitamos volver a levantarlo, con independencia, con autonomía, sin dejarnos dividir por la política partidista.

Recuperar la implicación en lo cotidiano, desde las fiestas hasta la solidaridad del día a día. Involucrar a las nuevas generaciones y enseñar a los más jóvenes el valor de organizarse y de cuidar lo que es de todos.

Porque, al final, el objetivo sigue siendo el mismo, mejorar la calidad de vida de quienes vivimos en nuestros barrios.

El movimiento vecinal es la voz de la comunidad. Si esa voz se apaga, nuestros barrios se apagan con ella. Pero si la recuperamos, si volvemos a creer en lo colectivo, seguiremos construyendo juntos el futuro que merecemos y el que merecen heredar nuestros hijos y nietos.

 

Juan Jiménez Suárez
Concejal de Vías, Obras e Infraestructuras
Ayuntamiento de Santa María de Guía

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