Manuel Reina, (Don Manuel Estevez Pérez), heredó el «Reina» de su abuelo, fue un hombre muy peculiar y de un estilo y forma de vivir muy adelantado a su época. Era un hombre emprendedor, campechano, de pueblo, cumplidor de su palabra y sobre todo era un hombre honesto. Todos le llamábamos Manolito, en señal de respeto.
Yo lo conocí desde niño y mi familia y la suya se tenían cierto aprecio, sobre todo con su esposa Florita, (Doña Flora Molina Almeida), y con sus hijos. Mi hermano y yo éramos muy amigos de los que eran de nuestra edad.
Manolito regentaba la que entonces se llamaba la finca de «La Falda», un verdadero vergel situada en Becerril de Guía. Esta finca era propiedad del Museo Canario, de Las Palmas de Gran Canaria, y creo que cada cinco años salía su renta a subasta. Manolito se la adjudicaba una vez tras otra y así llevaba muchos años. Yo creo que la superficie de aquella finca era de unas diez o doce fanegadas, casi todas ellas plantadas de plataneras y tierras vacías en las que se plantaban millo, papas y comida para los animales, pues había un buen alpendre de vacas, toros y becerros, además de algunas cabras. Tenía en torno a ocho o diez empleados, a los que trataba de una manera muy poco usual entonces, con mucho respeto. Todos estaban contentos y llevaban muchos años trabajando con él.
Florita, su esposa, en cambio era mas refinada, una gran señora y su porte y forma de ser y obrar era la de una mujer adinerada. Tenia dos sirvientas una para la limpieza, el lavado y el planchado y otra para la comida. Había que tener en cuenta que la casa era muy grande y que vivían en ella diez personas: ellos dos, siete hijos, y el padre de Florita, Juanito Molina, que era viudo.
Florita era una mujer muy celosa y sufría mucho por ello, y al parecer tenía algún motivo, pues Manolito era de armas tomar en ese sentido. Ella en el barrio tenía muy pocas amistades y entre esas pocas estaban mi madre y mi tía Mercedes. Manolito en cambio llevaba amistades con todo el barrio, pues era un hombre sencillo y le gustaba conversar, relacionarse y si se terciaba también se echaba unos piscos de ron con todos los vecinos, a los que siempre invitaba. Era un hombre de mundo y dicen que se granjeaba la «amistad» de tres señoras del barrio a las que él llamaba, «las tres Marías», pues así eran sus nombres.
Florita controlaba mucho las amistades de sus hijos, por lo que aquellos que iban a jugar en la finca con ellos tenían que ser con su visto bueno. Mi hermano y yo éramos siempre bien recibidos y muchas veces merendábamos en su casa. Recuerdo aquellos bocadillos de queso o de mortadela o simplemente pan con mantequilla, que en nuestra casa no podíamos permitirnos entonces, y que nos preparaba la sirvienta. También recuerdo cuando íbamos todos los que estuviéramos esa tarde, con una escudilla con gofio en el fondo para que Isidrito, el pastor, nos ordeñara la leche de la vaca directamente en ella. Era un manjar exquisito esa leche espumosa cruda y calentita mezclada con el gofio.
Los hijos de Manolito y Florita con los que jugábamos eran los mas cercanos a nuestra edad, que eran Eugenio, que llamábamos Geño, Paco Javier, que llamábamos Javier y Leonor, que llamábamos Leo o Leonorita. También ellos nos visitaban y jugábamos en la casa de mis abuelos que estaba situada detrás de la suya. Y que al ser muy grande teníamos una zona para juegos. Eramos, en verdad, muy amigos.
Con ellos vivía, como ya dije, el abuelo, padre de Florita, que nos amargaba la vida, pues mientras Manolito nos dejaba jugar por todas partes, el no nos dejaba por ninguna, y siempre andaba persiguiéndonos silenciosamente con una vara de mimbre, que cuando nos cogía despistados la probábamos en las pantorrillas y se ponía la mar de feliz, pues pocas veces nos sorprendía. Era conocido en todo el barrio por «Juanito el Huevo», porque decían que en una ocasión había metido un huevo de gallina en una botella sin romperlo. Nosotros creíamos que era medio brujo. Ya de adolescentes nos enteramos que eso se lograba poniendo el huevo de remojo en vinagre, pues este se reblandecía y se podía meter en la botella, luego la cascara volvía a endurecerse y tomaba la forma inicial. Nunca lo comprobé pero decían algunos que ese era el secreto.
Habían dos animales en la finca que recuerdo muy bien: un caballo blanco precioso de Manolito y un perro guardián enorme de la raza de «Presa Canario». Con nosotros era muy manso, recuerdo a Geño y a Javier que se montaban encima de él como si fuera un caballo, pero para los desconocidos era muy serio e imponía respeto. En aquella época se celebraban peleas de perros y éste no había perdido ninguna. Recuerdo que en una ocasión entró en la finca, por las inmediaciones de la casa, un perro también grandote y le salió al paso, se pelearon y lo mató. Manolito había ido a una feria de ganado y llego por la tardecita. Aun lo tenía cogido entre sus dientes por el cuello y no lo soltó hasta que su dueño se lo ordenó. Así llevaba muchas horas, desde media mañana.
Manolito llevaba mucha amistad con mi abuelo materno José Leona y en muchas ocasiones le pedía consejo, pues mi abuelo era muy entendido en plataneras, y además se llevaban muy bien.
Y así transcurría la vida de esta familia hasta que un día se presentaron a la subasta, que como ya dije creo que era cada cinco años, dos señores de Arucas e hicieron una puja que Manolito no quiso superar porque decía que la finca no dejaba para poder pagarla. Y así acabó esa etapa resplandeciente de esa peculiar familia, que se mudaron a una casa que tenían en la zona de San Roque de la ciudad de Guía.
Todo el barrio se quedó triste con su ida y aún más sus trabajadores, a pesar de que siguieron trabajando en la finca. Dicen que Manolito cuando les entregó las llaves de la casa a los nuevos inquilinos les dijo: «Aquí les dejo La Falda y a las tres Marías». Que les vaya bien.
Casualmente, años mas tarde, coincidí en unos cursillos de Cristiandad en el Valle de Agaete con uno de los nuevos «arrendatarios» de la finca de «La Falda», que si mal no recuerdo se llamaba José Luis. No creo que les fuera muy bien porque, a pesar de que plantaron todos los terrenos vacíos de plataneras, al cabo de algunos años, creo que renovaron una sola vez, por tanto estarían diez años, abandonaron la finca que nunca más volvió a subastarse o no se presentó nadie a la subasta, ignoro los motivos, aunque lo cierto es que acabó abandonada y se secó toda. Daba mucha pena ver en lo que se había transformado aquel vergel. Ademas de las plataneras, recuerdo las higueras que estaban junto al barranco de Las Garzas. Daba unos higos y unas brevas riquísimos. Pues también se secaron por falta de agua. También recuerdo dos morales cuyas moras eran del tamaño del dedo pulgar y eran riquísimas.
Evidentemente Manolito Reina tenía razón. Él sabía perfectamente hasta dónde podía llegar. Por eso no quiso subir la puja.
Muchos años mas tarde, en 1974, yo ya casado y con mis dos hijos, sufrí un accidente de tráfico y como consecuencia una triple fractura del fémur de la pierna izquierda que me tuvo en cama algo mas de cuatro meses, y gran parte de ese tiempo lo pase con mi familia en casa de mis padres, en Guía, en la finca de Las Cuartas en donde mi padre era el Encargado. Pues bien, Manolito Reina se enteró de lo que me había pasado y que me estaba quedando en la casa de mis padres y cada vez que pasaba delante de la casa para ir a una pequeña finca que había comprado por la zona, me tocaba para ver como seguía y nos echábamos unas partidas al tute. Siempre me alegraba verle, pues me distraía un buen rato y además era un buen conversador que me traía noticias de toda la familia.
Hoy en día han fallecido tanto Florita, que se fue primero, como Manolito que falleció varios años mas tarde. También, lamentablemente, han fallecido los tres varones de más edad: Antonio, Geño y Javier. Que descansen todos en paz.