El futuro tras las paredes

Mi abuela Juana le decía a mi madre que habría algo más. Más allá de los pasillos impolutos de la casa de tanto frotar con lejía, más allá de reunirse en el parque al lado de la iglesia de Sardina todas las tardes, todas allí reunidas y con el sabor amargo del pasar de los años . Más allá de los golpes y de las palabras que dolían al escucharlas.  

“Mujer, no sirves para nada”.  

Hubo veces que llegó a creerlas. Pintaba ante ella una nueva realidad con sus palabras, con su talento innato para dibujar castillos en el aire. Tú si sirves, le decía. Todas sirven tanto como ellos. Entonces salía de casa con deseos de gritarlo a los cuatro vientos, de dejarlo en las nubes y que mujeres y hombres, se percatasen de ello. Ella servía. Pero entonces llegaban las mofas, llegaba, una vez más, la maldición de la fregona, de los platos y la costura.  

“Mujer, no eres capaz de otra cosa. ¿Qué pretendes?”  

Y ella se dejaba decir, mansa como un cordero, agachando su cabeza como siempre lo había hecho. En el fondo, aunque sé avergonzaba admitirlo, se sentía más cómoda en su universo doméstico, que aunque aburrido, era seguro y conocido.  

Pero mi abuela siempre insistía en que debía poner punto y final a todo aquello. Era curioso, y el resto de la gente también lo pensaba así, que mi abuela tuviese ese tipo de ideas . Quizás era la viudez . No tener un hombre la había descarriado, comentaban los vecinos.  

“Mujer, cállate”  

Y ella callaba. Callaba porque le habían enseñado hacerlo; le habían enseñado a bajar la mirada ante un hombre y a servirle en todo lo que estuviese en su mano, e incluso más. Ellos en cambio, no tenían porqué hacerlo. No tenían porqué mostrar respeto ante ellas. Eran hombres.  

“Mujer, ¿ qué haces aquí? Ponte a limpiar”.  

Mi abuela me contó una vez un sueño que tenía a menudo. Era un futuro, el futuro en el que habría algo más, decía ella Algo más que agujas, estropajos y calderos. Algo más que las tardes en el parque. Y yo escuchaba su voz de árbol, de infinita edad, escuchaba aquellas historias en las que las mujeres no eran peores que los hombres, pero en las que tampoco el hombre era peor que las mujeres. Iguales. Y, como tal, habría mujeres que mandarían a hombres, aseguraba ella, muy satisfecha, pero también habría mujeres bajo el mando de los hombres.  

“Mujer, tú no puedes hacer eso”.  

Llevaría mucho tiempo, afirmaba. Sus ojos se encendían en algún punto del cielo, ausentes, viendo bocetos de sociedades imposibles. Siglos, quizás incluso milenios. No es fácil hacer que se desvanezca toda una eternidad de gritos y humillación en días. Y, para cuando llegue el momento, deberemos ser pacientes con ellos.  

“Mujer, esta comida es basura. Es lo único que haces, por qué no te esmeras?”  

¿Por qué?¿Por qué deberíamos tener una comprensión que ellos no tenían? A veces, tras hablar con mi abuela, me descubría pensando aquello. Me descubría imaginando su futuro. Y durante algunos días me atrevía a mostrar una actitud ante ellos. Trataba de que mi madre no agachara la mirada en su presencia, no evitaba mirarlos al rostro. Pero era difícil aceptar la idea de la que hablaba mi abuela. Igualdad. Y cuando me quería dar cuenta, de nuevo estaba con las rodillas desolladas de tanto limpiar el suelo.  

“Mujer, eres inútil”.  

Habría algo más. Quizás no pudiese actuar, pero podía atreverme a soñar, podía cerrar los ojos y observar el dibujo de  tonalidades cálidas que mi abuela había dejado impreso en el aire con sus palabras. Allí lo veía con claridad. El futuro del que ella hablaba.  

“Mujer, te prohibo volver a pensar en ello.”  

No, ahí es cuando se acaba todo. Ahí es cuando tiro a un lado la fregona y dejo caer al suelo el hilo y las agujas. Ahí los calderos resuenan como tambores de guerra. Ahí mi madre se arranco el vestido y echo a correr cuesta abajo desnuda bajo el sol, desnuda en las aguas de la playa de Sardina, desnuda como un hombre. Ahí se alzó, no sobre ellos, sino a su altura, y reclamó lo que es suyo.  

“Mujer, Arriba, compañera”  

Algún día todas nuestras, madres, abuelas y bisabuelas que ahora no están entre nosotras dirán gracias por luchar por nosotras y darnos el lugar que nos corresponde.  

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