N° 90. LOS AMIGOS DEL BODEGÓN DEL PUEBLO CANARIO

Yo empecé a ir al Bodegón del Pueblo Canario a partir de cuando me reencontré con Pepe Castellano allá por 1980. Habíamos hecho el servicio militar juntos e hicimos entonces buena amistad, pero desde que nos licenciamos el 1º de Mayo de 1962 no nos habíamos vuelto a ver. Me llamó un día para una cena que estaban organizando de antiguos compañeros de la mili. Por supuesto le dije que iría. A dicha cena asistimos unos treinta o cuarenta compañeros y lo pasamos muy bien. Las esposas se aburrían tremendamente pues nos pasamos todo el rato recordando anécdotas de la mili.

Cuando Pepe me llamó quedamos para vernos el siguiente viernes por la noche en el Bar del Bodegón del Pueblo Canario. Recuerdo una frase que a mí me hizo mucha gracia cuando al día siguiente me presentó a uno de los dueños del Bodegón, Moncho. Éste le preguntó qué tal lo habíamos pasado la noche anterior, la del reencuentro. Pepe le contestó sonriendo: “pues bebiendo hasta que no nos conocimos”.

Allí me presentó a varios amigos que rápidamente conectamos. Al cabo de poco tiempo formamos una parranda que pronto empezó a conocerse como “La Parranda del Bodegón”. La formábamos Manolo Pérez que tocaba la guitarra y cantaba, Paco el coronas que tocaba lo que le echaran, casi siempre el acordeón y yo que tocaba el timple. Nuestra solista era Tata, esposa de Manolo, que era fantástica. Tenía una voz limpia y prodigiosa. Era muy conocida por haber actuado varías veces en el programa Tenderete que dirigía y presentaba Nanino Díaz Cutillas. Hacíamos música muy variada pues aparte del folclore canario, hacíamos música sudamericana, boleros, etc. El grupo estaba bien conjuntado y los dúos de Manolo y Tata eran muy buenos. La parranda sonaba bastante bien.

El grupo estaba siempre arropado por numerosos acompañantes; aparte de nuestras esposas estaban casi siempre nuestros amigos Pepe Castellano; Rafael Vernetta, Sergio Suárez y Manolo García el del carnaval que a veces se hacía algún solo de armónica que tocaba bastante bien. A nosotros nos hacía gracia que siempre que iba a tocar pedía un platito de mantequilla a la cocina para que la armónica no le hiciera daño en los labios. Y mucha más gente que les gustaba la música que hacíamos.

Pero, siempre tiene que haber un pero, teníamos un “enemigo”. El Bar Restaurante El Bodegón es propiedad del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Cañaría y lo tenía arrendado por tiempo indefinido a don Antonio Gonzalez y como había fallecido lo seguía explotando su viuda doña Rosa Pardo. Lo dirigían sus dos hijos Antonio y Moncho que se turnaban todos los días. Uno abría y el otro cerraba. Y el pero era que cuando estaba Moncho no se podía tocar. Él decía que la música le restaba categoría al restaurante, al que asistían la flor y nata de la ciudad de Las Palmas. Sin lugar a dudas tenían la mejor terraza de la ciudad y un buen comedor. Nosotros también comíamos allí muchos domingos.

Pero no solo tocábamos en El Bodegón. Recuerdo que íbamos mucho al “Restaurante Argentina Grill” de Cesar Nélli y su esposa Ana. El mejor restaurante de carne a la brasa en aquella época en la ciudad de Las Palmas. Estos eran al revés pues nos animaban a tocar después de comer. Lo pasábamos muy bien. Un día con un par de vinos de más me dio por cantar unas folias y tanto Ana como su adolescente hija se empeñaban en posteriores visitas a que yo cantara de nuevo otras folias, pues decían que les gustaba mi voz. Yo sé que las mido y las entonó bien pero a mí no me gusta mi voz. Aun así de cuando en cuando me echaba alguna que otra.

También la armábamos buena en el restaurante de un complejo de San Agustin llamado Apartamentos Acapulco, al que íbamos con bastante frecuencia durante el año. El complejo era propiedad de unos alemanes y el Administrador era también un alemán que se había puesto un nombre español: “Enrique Rubio y Gil del Sur”. El complejo tenía una playa casi privada que era una maravilla y que aún lo hacía más apetecible. Digo lo de privada porque prácticamente solo la visitaban los clientes del complejo. La playita era muy poco conocida y para llegar a ella había que atravesar el complejo. Es por eso que la visitaba poquísima gente del exterior.

La totalidad de los clientes que generalmente llenaban el complejo eran de origen alemán. Los únicos españoles que iban éramos nosotros. Los que más íbamos era Pepe Castellano y yo con nuestras esposas e hijos que eran de la misma edad y lo pasaban genial. Algunos fines de semana iban también Manolin y Tata, que se quedaban en los bungalows nuestros que tenían un buen sofá cama.

A Pepe Castellano no le cobraban nada por expresa orden de los propietarios alemanes porque les había resuelto un grave problema con el Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana para poder obtener la licencia de apertura del complejo. Pepe tenía un estudio de arquitectura en Las Palmas de Gran Cañaría y estaba muy relacionado con casi todos los Ayuntamientos de la Isla. Y a mi Enrique me cobraba la primera semana y luego podía seguir todo el tiempo que quisiera gratis. Tampoco me cobraba muchas veces el fin de semana y a veces me cobraba un solo día. Era un chollo. Y además casi siempre teníamos las copas gratis pues nos invitaba el dueño del restaurante o algunos de los clientes. Claro que, cuando venían Manolo y Tata, le llenábamos el restaurante de alemanes que aplaudían a rabiar todas las canciones.

Nosotros no sabíamos alemán ni ellos español pero nos pasábamos horas conversando y les aseguro que nos entendíamos. Lógicamente nos comunicábamos a través del idioma universal: la mímica, que además funciona mejor con cuatro copas.

Es normal que con tanto tiempo con el grupo surgieran algunas anécdotas. Recuerdo dos que paso a contarles.

ANÉCDOTA N°1.- A veces también se unía al grupo un señor llamado Fernando, (no recuerdo su apellido), y su esposa Rosa. Él era fotógrafo de los periódicos La Provincia y Diario de Las Palmas. Un día nos saca una foto donde estábamos nosotros tocando y rodeados de nuestros fieles acompañantes. La publicó en ambos periódicos y les puso una coletilla que decía más o menos así: “Ha quedado constituido el grupo Los Amigos de El Bodegón, cuya cuota de inscripción para hacerse socio es de 500.000 pesetas”. A nuestras preguntas nos contestó que puso una cantidad tan elevada para evitar llamadas al periódico. Pues aun así, nos decía Fernando, a la semana siguiente habían llamado varios señores interesándose por el tema y preguntando cómo y dónde se podían hacer socios. Nos partimos de risa. Siempre hay alguien a quien le sobran las perras, comentamos.

ANÉCDOTA N°2.- Uno de los amigos y acompañante habitual de la parranda era el médico Rafael Vernetta y su esposa Amalita. Él pasaba consulta en el Ambulatorio de Especialidades de la Seguridad Social y también tenía su consulta particular en donde atendía por las tardes y algunos sábados por la mañana cuando le solicitaban la cita para ese día.

Cuando tenía varios pacientes el sábado por la mañana, solía llegar algo tarde y a nuestra pregunta de qué tal estaba solía decir alguna que otra vez de manera jocosa: “Pues aquí vengo de trabajar con lo que ustedes juegan”. Es preciso aclarar que el doctor Vernetta era ginecólogo.

Bueno, y hasta aquí estás vivencias que me ha traído tantos recuerdos; sobre todo de los que ya se han ido.

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