«Comenzaba la última semana de abril, ensimismada como hacía cada mañana entre sus relatos y pinturas comenzadas e inacabadas, mientras se sentaba cerca de la ventana que cada día la despertaba.

Unas veces más concentrada, otras más despistada, pero siempre con la misma emoción que recorría sus entrañas.

Sus letras, adornadas con pincel, pintura y alguna vez miel. Quizás se pregunten para qué. 

Recientemente, había descubierto una técnica nueva que de solo observarla transmitía dulzura, pasión y esperanza.

Sí, dulzura. Esa sensación que nos produce el probar, tocar o mirar a una persona o a una cosa que jamás podremos olvidar.

Así empezó todo, así empezó su aventura de escribir. Una habilidad escondida en su más profundo sentir y que nadie se atrevía a descubrir.

Ese miedo a ser vista y conocida por el resto procedía de los egos. Esos egos seguros o inseguros que hacían que muchos no durmieran ni de noche ni de día, ni al atardecer ni al amanecer. 

Llegó mayo, el mes de las flores, el mes que marcó un antes y un después en su trayectoria artística. 

Un antes y un después para ella, la gran desconocida, y para otros, que nada más saber de su existencia quedaron prendados de su inocencia.

Sus letras se convirtieron en sentimiento; sus pinturas se convirtieron en deseo. Unas y otras, otras y unas comenzaron una andadura que no dejó a nadie despistado de su ternura.

Así nació y continuó la gran desconocida, que poco a poco fue sembrando semillitas en su lento pero firme camino hacia la continuidad de su vida».