Sabíamos el origen de la iglesia y las primeras ermitas. La evolución de la ciudad y de los cultivos que la hicieron posible. El nombre del primer alcalde, del primer médico. De la primera escuela. Disfrutamos con las crónicas de la llegada del agua potable y del mismo agua que movió, antes, los ingenios, y luego, los molinos. Sufrimos con los estragos de las epidemias y los cementerios consecuentes. Y sin embargo, nada se había publicado, hasta este año, de la primera biblioteca y de Miguel Santiago, ese hombre sencillo, culto y agradecido que la hizo posible. La historia de esta ciudad no estaba completa porque no se había incorporado al relato de acontecimientos uno de los hitos imprescindibles que marcan a toda comunidad humana: la fundación de ese lugar donde se adquieren, se conservan, se exponen, se leen y se disfrutan los libros. Porque al principio, como en la Biblia, fue el verbo, el relato, la literatura. Ahora ya es posible imaginarse a los primeros usuarios ojeando y hojeando los libros, esos atajos en el espacio-tiempo que albergan buena parte de la sabiduría y de la belleza que el ser humano ha sido capaz de plasmar a lo largo de la historia.

Dicen que el sueño de todo escritor es hacer soñar a sus lectores. No es de perogrullo afirmar, entonces, que con la llegada de los libros, con la inauguración de la primera biblioteca, muchos comenzaran a soñar como nunca antes lo habían hecho. Porque cada libro que se leía era una puerta inesperada que se abría al universo de la emoción y del entendimiento. Un viaje sin retorno.

Y hay quien afirma que leer es vivir dos veces. Si esto fuera cierto (¡ojalá!), este año he vivido unas cuantas vidas paralelas, perpendiculares y tangentes (la vida es pura geometría). Pero también es cierto que necesitaría no sé cuántas vidas más para poder leer todo lo que tengo pendiente (la vida, según Samuel Beckett, se desliza entre la angustia de la absurda existencia, de la palabra y el ser).

Termino esta reflexión estéril y sin sustancia y me centro en lo que realmente me ha traído hasta aquí: las lecturas que, según dicen mis recuerdos, más disfruté a lo largo de este año que en breve finaliza:

La frontera’, de Erika Fatlandl. Leer también es viajar. Y este libro es una larga expedición desde Corea del Norte hasta Noruega a través de la frontera más extensa del planeta, la rusa. Un magnífico relato para conocer de primera mano qué significa tener como vecino al país más grande y complicado del mundo.

Salvo mi corazón, todo está bien’ de Héctor Abad Faciolince. Hace unos quince años leí El olvido que seremos. Entonces pensé que esa obra del escritor colombiano era insuperable. Estaba equivocado (una vez más). En ésta, su última novela,  nos regala un personaje que se mueve por las páginas rebosante de ganas de vivir. Es inevitable no sentir afecto por Luis Córdoba, ese sacerdote alto y gordo, cuya humanidad y amor al prójimo es solo equiparable al tamaño de su enorme y enfermo corazón. He aquí la historia de un cura que predica el evangelio a través de la belleza que hay en la ópera, en la gastronomía y en el cine. Delicatessen literaria y vital. Más que un libro, es un festín.

Vivir con nuestros muertos’ de Delphine Horvilleur. No podemos ni imaginarnos la importancia de tener un relato en esta, nuestra supervivencia. Dos veces he leído este año esta obra escrita por la filósofa y rabina francesa. Por trascendente. Por necesaria. Por divina y humana. Grandiosa.

Salvatierra’ de Pedro Mairal. Uno siempre agradece leer novelas breves, correctas y exquisitamente hermosas. En mi opinión, lo mejor de toda la producción literaria de este argentino inimitable.

La más recóndita memoria de los hombres’ de Mohamed Mbougar Sarr. La sorpresa literaria del año (¡Gracias, Gustavo!). Una novela que aborda con suprema maestría y delicadeza el dilema que vacila en el corazón de toda persona obsesionada con la literatura: escribir o no escribir.

El ingenio de los pájaros’ de Jennifer Ackerman. Hay libros con alas y hay libros que te dan alas. Este original tratado de ornitología cumple ambas premisas. Si te gustan las aves, la naturaleza fascinante e inimitable de estos dinosaurios evolucionados, más inteligentes e ingeniosos de lo que creemos, y este mundo hermoso e incompresible en el que vivimos (y que nos empeñamos en destruir de forma irremediable), éste es tu libro. Así que ya sabes: ¡a leer! ¡A volar!

Me callo ya, no sin antes desearles a todos felices y abundantes lecturas en este nuevo año que comienza.