En la primera entrevista que me hicieron como Cronista Oficial de Teror, me preguntaron cuál era la crónica que nunca querría hacer y yo contesté, sin dudar un momento, que la de la muerte de mi padre.

Pero todo llegó y Cayo Yánez Rodríguez, después de años de mantener temple y figura y luchar con una ilusión constantemente renovada contra todas las adversidades que la vida puso en su camino, al fin se rindió.

Estoy seguro que mi madre, desde el lugar al que marchó hacía tan sólo cuatro meses lo llamó a su lado para vivir ya libres de ataduras físicas y reveses, esa otra vida en la que creo y en la quiero con toda el alma seguir creyendo.

La última vez que tuvimos una conversación a través del teléfono, cuando todavía mantenía cierta cordura maltratado por las enfermedades y la vida, no quería otra cosa que animarme, hacerme mantener la ilusión por vivir y decirme, con una satisfacción que le avivaba la voz, lo orgullosos que tanto él como mi madre estuvieron siempre de mí y de mis hermanas.

¡Te quiero, papa!

Quizá no tuvimos muchas ocasiones de decirlo el uno al otro, pero ahora lo grito al cielo.

¡Mi corazón estará por siempre, para siempre, lleno de amor hacia ti y hacia la mujer con la que decidiste formar nuestra familia hace ya tantos años¡

¡Ahora, eres feliz plenamente junto a ella; nosotros aquí les llevaremos a ustedes toda la vida resguardados en lo más profundo de nuestros corazones!