A veces basta solo un instante para que todo cambie

Era un lunes cualquiera, uno de esos días grises en los que nada parece destacar y todos parecen andar dormidos. Me levanté tarde, con el café ya frío y la cabeza llena de cosas que no importaban. La rutina de cada semana me envolvía como un abrigo pesado del que no podía librarme.

Me preparé con los ojos aun llenos de legañas, salí a la calle y cogí el coche sin demasiadas ganas para conducir hacia ninguna parte. Simplemente necesitaba estar lejos, aunque no supiera de qué.

El viento soplaba con fuerza cuando llegué al acantilado. Me quedé allí, mirando el mar romper contra las rocas, hipnotizada por la danza de las olas. Había algo en ese lugar que me tranquilizaba, un susurro antiguo que no se puede explicar con palabras.

En ese momento, el cielo se abrió un instante y un rayo de sol iluminó una pequeña pluma blanca, solitaria, que giraba en el aire hasta posarse a mis pies.

No era gran cosa. Solo una pluma.

Pero algo en mí supo que no era casualidad.

Quizá era una señal. Quizá alguien, en algún lugar, me recordaba que todo está conectado, que incluso los días más oscuros esconden una chispa de luz.

Sonreí, sin saber por qué, y supe que, aunque el mundo siguiera igual, algo dentro de mí había cambiado para siempre.

A veces basta un instante para volver a empezar.

Compartir esta noticia: