En el barrio de La Isleta, donde las ventanas son más chismosas que las propias vecinas y en los patios se comparten más secretos que los grupos clandestinos de Telegram, vivía doña Clotilde, una señora de setenta y cinco años con más energía que un niño harto a comer azúcar. En su vida solo había dos cosas que la hacían plenamente feliz: el bingo de los miércoles con su grupo de amigas y su loro, Benito.
Benito no era un loro cualquiera. Aparte de tener un pico bastante afilado, como la lengua de su dueña, era capaz de imitar voces humanas con una precisión tan escandalosa que más de una vez provocó rupturas matrimoniales, llamadas falsas al 112 y peleas entre vecinas por chismes que él mismo inventaba.
Una tarde, mientras doña Clotilde preparaba su famoso potaje de lentejas, Benito comenzó a repetir una frase con tono dramático:
—¡El secreto está en la pastilla! ¡El secreto está en la pastilla!
Doña Clotilde se quedó blanca como la harina. ¿Qué pastilla? ¿Quién le había dicho eso al loro? ¿La vecina doña Paquita? ¿El enterado de la farmacia? ¿Benito estaba espiando conversaciones ajenas otra vez?
Al día siguiente, en la cola de la carnicería, ya corría el rumor: «Doña Clotilde echa droga el potaje». Y eso que el barrio entero se lo zampaba cada vez que ella lo llevaba al centro de mayores. La pobre mujer, indignada, intentó desmentirlo.
—¡Mi potaje es natural! ¡Lo único que le echo es un poquito de amor y comino!
Pero Benito, en el balcón, se encargó de rematarla:
—¡Y es una pastillita mágica!
Las risas de los vecinos se oyeron hasta en Telde.
Ese sábado, la televisión canaria apareció en su puerta. Una reportera, entre divertida y curiosa, le preguntó si podían grabar el proceso del potaje de lentejas en directo para el programa de cocina de la cadena. Ella aceptó entusiasmada así, además de enseñar su maravillosa forma de cocinar al mundo, podría demostrar que no echaba nada ilegal al potaje.
Delante de las cámaras, picó cebolla, ajo, echó el gofio con garbo, y al final… sacó de su delantal una pastilla efervescente.
La cámara hizo zoom.
—¿¡Qué es eso!? —preguntó la reportera alarmada.
Doña Clotilde se rió.
—Vitamina C. ¡Para que no se me bajen las defensas mientras cocino, mi niña!
El vídeo se hizo viral. “La abuela del potaje vitamínico” fue trending topic en todas las redes sociales. El Ayuntamiento le dio una medalla por fomentar la cocina saludable. Y Benito… Benito acabó con su propio perfil de TikTok, donde cada día suelta frases como “¡La abuela no usa Avecrem, usa magia!” o “¡Comino sí, drama no!”
Desde entonces, cada vez que en el barrio huele a potaje, alguien grita desde un balcón:
—¡Doña Clotilde, yo también necesito una de tus pastillitas!
Y todos se ríen. Incluso el loro.