Aquella lista apareció por debajo de mi puerta de repente, alejándome del olor a pan recién hecho que salía de mi horno. El papel era cuadriculado, como el que yo solía usar en mi cuaderno de recetas, y la letra, demasiado parecida a la mía: gofio, tomates, un paquete de velas blancas, pilas AAA, cinta aislante y un paraguas. Debajo, una postdata: “No vayas por la calle principal. Vete por la de atrás.”
Lo primero que pensé es que mi vecina, Doña Elvira, me estaba gastando una broma. ¡Era tan divertida! Así que decidí seguirle el juego. Cogí mi bolsa de tela y bajé a por las cosas de la lista. En la calle el cielo lucía bajo la ya habitual calima de verano que no deja ver el sol en su esplendor, aunque se logra intuir allá al fondo, redondo, borroso y a los lejos.
Entré en el Hiperdino y compré. El cajero me miró con cara rara cuando me vio coger el paraguas de la zona de productos en oferta y no pudo más que echarse a reír teniendo en cuenta el bochorno del exterior. Sin embargo, al salir, caprichoso el clima y cambiante el alisio, el tiempo dejó de ser el mismo: una gota, después dos, luego diez y, sin apenas darme cuenta, una tromba de agua me cayó encima.
Miré hacia atrás y le sonreí al cajero. En la puerta un niño lloraba por no querer mojarse. Le presté el paraguas y su madre me dio las gracias.
De vuelta a casa, cogí por la calle de atrás obedeciendo la orden de la postdata anónima. Casualidad o no, justo en ese momento, en la calle principal por la que solía pasear cuando iba al supermercado, se oyó un golpe: una guagua que frenó tarde y convirtió la tarde en tragedia con el sonido de un crujido metálico de fondo. Mi corazón salió con fuerza y yo seguí caminando.
Nada más abrir la puerta, la luz del salón me recibió parpadeando para, acto seguido, dejarme completamente a oscuras. Las velas que compré me sirvieron de luz improvisada y, a falta de televisión, mi antigua radio cobró vida gracias a las pilas AAA recién adquiridas. De ella, sin saber muy bien cómo y por qué, surgió la preciosa voz de mi abuela cantando una folía. La pusieron en honor a las grandes artistas canarias que tantos buenos momentos repartieron en su época.
Afuera el tiempo seguía empeorando: la lluvia no paraba y el viento se volvía cada vez mas agresivo haciendo que la ventana del salón no dejara de temblar. Menos mal que mi padre me enseñó que con cinta aislante todo tiene solución. Y yo acababa de comprar una…
Mientras esperaba a que la tormenta amainase y todo volviese a la normalidad, me preparé una ensalada de tomate acompañada de gofio amasado con plátano, como el que me hacía mi abuelo para merendar.
Curiosa por los acontecimientos, me senté y estudié la lista con más detenimiento. La letra inclinada hacia la derecha, la forma de la “g”, el modo de plegar el papel…Todo era tal y como yo lo hacía. Aquella nota no podía ser una broma de la vecina.
Un pensamiento me inundó la mente: ¿y si mi yo de mañana quiso dejarme un mensaje sabiendo lo que me iba a pasar?
Cogí una de las velas y me acerqué a la mesa de trabajo. Busqué un cuaderno, arranqué una hoja y escribí con calma: limón, tiritas, foto del muelle, monedas para la fuente. Postdata: No olvides llamar a Elsa. Ella hoy te necesita.
Doblé el papel cuadriculado en cuatro y lo dejé en el suelo, junto a la rendija de la puerta, justo en el lugar en el que encontré la otra. Un segundo después, casi sin que me diera tiempo a parpadear, una brisa se coló en el interior y tiró de la nota hacia afuera, haciéndola desaparecer ante mis ojos. No sé cómo explicarlo pero, en mi cabeza se coló la idea de unos dedos fríos tirando de ella y arrastrándola hacia otro tiempo.
La luz llegó tal y como se había ido: sin precio aviso. La lluvia cesó y ya era momento de apagar las velas. Mientras me dirigía a apagar la radio para volver a mi tan ansiada tele, ésta cambió de estación. De ella ya no se escuchaban isas y folías, ahora lo que sonaba era mi propia voz, mi voz del pasado dirigiéndose hacia mí para agradecerme entre susurros la nota que le había dejado por debajo de la puerta. Y es que, a veces, la vida solo necesita una lista que cosas por hacer y poco de fe en el destino.