Esta historia ocurrió a finales del año 1971. Antonio era un compañero de trabajo que procedía de Madrid y era una persona encantadora. Era Aparejador y estudiaba arquitectura. Era un hombre bien parecido, de estatura media alta, rubio de ojos azules y además muy fuerte, pues acudía al gimnasio con frecuencia. Fue gimnasta y compañero del famoso Joaquin Blume, campeón de Europa en varias disciplinas y que había fallecido en un accidente de aviación cuando se dirigía a Gran Canaria junto con dos gimnastas más, Muller y Pajares, a una exhibición en la ciudad de Las Palmas. Fue una grandísima pérdida para la gimnasia artística en España, pues se perdió de un golpe a sus tres mejores representantes.
Da la casualidad que yo forme parte de un equipo de gimnasia en Guia, mi pueblo, que denominamos «Joaquín Blume» precisamente en honor del malogrado gimnasta. Cuando ocurrió el maldito accidente todo el grupo, con el entrenador al frente, teníamos previsto ir a ver la exhibición.
Antonio sabia que yo era del noroeste de la isla y un día entra en mi despacho y me pregunta que sí yo conocía Agaete y su famoso Valle. Naturalmente le dije que sí y que era un paraje muy bonito. Me contesta, entre risas, que bonito sí que es pero ayer tarde pasé las de Caín. Y me cuenta lo que le había ocurrido.
Ayer después de comer con unos amigos, me dice, me ligué a una preciosa chica que estaba en el mismo restaurante comiendo sola. Después de que los amigos se fueron entablé conversación con ella y me dijo risueña que era azafata de viajes charter, que era holandesa y que tenía libre hasta el día siguiente por la noche en que regresaba a Holanda. Vamos, la chica perfecta para pasar unas horas con ella y más teniendo en cuenta que estoy solo, pues mi mujer está en Madrid con los niños, en casa de sus padres, pasando unos días.
Al segundo Tía María decidimos ir a Agaete a tomar café pues le dije, y es verdad, que el café de su Valle es único. Llegamos al Hotel Guayarmina de El Valle, tomamos café y otro Tía María y ya empezamos con los toqueteos, besitos, caricias, etc.
Ella estaba interesada por las plataneras y yo le expliqué lo poco que sabía y decidimos entrar en una de las fincas que aún quedaban en El Valle, cuya entrada estaba a la orilla de la carretera. Después de estar caminando por las plataneras viendo como nacen los racimos de plátanos, como se van desarrollando, haciendo fotos y todo eso, llegó el momento esperado y deseado por los dos y nos pusimos a hacer el amor en medio de las plataneras, en aquella tierra algo húmeda que cubrimos con hojas semi-secas de las propias plataneras. En fin, no quiero entrar en detalles, pero fue algo especial, me dijo.
A todas estas ya estaba empezando a oscurecer por lo que cogemos de nuevo el coche y nos dispusimos a salir de la finca, pero amigo mío la salida, la misma por la que habíamos entrado, pues es la única entrada y salida que había, estaba cerrada con una cadena enorme de gruesa y con un candado de seguridad. Intente abrir el candado con las herramientas del coche pero aquello estaba a prueba de bomba. Pues bien, estuvimos más de dos horas rebajando la tierra que formaba una pequeña rampa con unos sachos que encontramos en un cuarto de aperos, hasta que el coche pudo pasar por debajo de la cadena. Cuando al fin salimos a la carretera general eran cerca de las diez de la noche y agotados de estar tanto tiempo agachados y de raspar en aquella tierra que estaba dura como una roca. Mira las manos como las tengo, hinchadas del esfuerzo.
Te aseguro que nunca lo había pasado tan mal después de haberlo pasado tan bien. De camino a Las Palmas no paramos de reírnos. Ella me decía entre risas que había vivido una experiencia increíble, y que la pena era que no podía contarla.
Yo creo que nos cerraron la salida para fastidiarnos, porque quien fuera, el dueño o el encargado de la finca, tuvo que ver mi coche. Seguro que fue por la jodida envidia. Pero aún así valió la pena, me dijo como punto final.
Antonio era y espero que siga siéndolo, pues hace muchos años que no lo veo, un tío genial.